El desarrollo de la agilidad en edades tempranas no depende únicamente de entrenamientos específicos, sino también de la riqueza motriz que aporta el juego variado y deliberado. A través de actividades lúdicas —como juegos reducidos adaptados— los niños pueden practicar patrones de movimiento clave (acelerar, desacelerar, cambiar de dirección, lanzar, recepcionar) en contextos que implican toma de decisiones reales. Esta combinación favorece el aprendizaje implícito, evita los riesgos de la especialización temprana y potencia habilidades transferibles al deporte, todo mientras se preserva el disfrute y la interacción social.
El desarrollo físico en la infancia y adolescencia no ocurre de forma lineal: existen períodos sensibles en los que el cuerpo está especialmente receptivo para aprender y mejorar ciertas cualidades físicas y habilidades. En este artículo analizamos cómo el juego libre, la alfabetización física y el entrenamiento estructurado pueden combinarse para crear una base motriz sólida antes de la especialización deportiva. También exploramos el rol del PHV (pico de velocidad de crecimiento) —popularmente llamado “estirón”— y cómo aprovecharlo para potenciar el rendimiento en edades tempranas.
El entrenamiento infanto-juvenil plantea un debate clave: ¿comenzar antes garantiza mejores resultados? La especialización temprana —dedicación intensiva a un solo deporte desde edades cortas— puede ofrecer un rendimiento precoz, pero también conlleva riesgos como agotamiento, lesiones por sobreuso y menor desarrollo multilateral. La evidencia sugiere que el monitoreo, la variabilidad de estímulos y la progresión adecuada son esenciales para proteger la salud y el futuro deportivo de niños y adolescentes.